martes, 16 de febrero de 2021

Las epidemias en el Valle del Guadalhorce.

 

         Puede que la pandemia que nos ha tocado vivir los últimos meses nos parezca algo excepcional, y es normal que cada cual tema por su salud y la de los suyos; pero si miramos al pasado de nuestra tierra, desde hace al menos setenta años esta es la epidemia de más consideración que ha habido en Málaga. Cuando no siempre ha sido así.

         La sociedad siempre a temido la llegada de alguna de estas plagas, que siempre han estado relacionadas con las aglomeraciones urbanas y la falta de salubridad. La historia de la humanidad está llena de estas pandemias, pero nos centraremos en nuestra tierra que es de lo trata este trabajo.

         El Hospital.

         La prueba de que la sociedad siempre a temidos las epidemias está en el vocablo “Hospital”, tan cercano y conocido por todos, pero su origen etimológico apenas corresponde del concepto que hoy tenemos.

         Del latín “hospes”, que significa “huésped” o “visita”, con el paso del tiempo derivaría en “hospital”, con el significado de lugar de hospedaje para ancianos y enfermos.

 

         Ya durante la conquista por los Reyes Católicos de estas tierras a los musulmanes, para que las poblaciones repartidas a los cristianos fuesen autosuficientes, había previstas toda una serie de medidas a tomar, entre las que se incluía la creación de un hospital. Ello obedecía a la dificultad para trasladar los enfermos de una población a otra, dados los medios de la época; pero sobre todo a que, en caso de las tan comunes epidemias, el recluir a los afectados dentro del hospital de cada localidad suponía una importante medida para evitar la propagación de las enfermedades.

                                               


         Documentalmente nos consta que estos hospitales servían de alojamiento a pobres transeúntes, enfermos y niños expósitos, en tanto eran trasladados a Málaga.

         El sostenimiento del mismo solía ser de dos formas principales. La primera con parte de los impuestos llamados “tercias reales”, que a su vez eran segregados de los diezmos. La segunda con las limosnas, que solían ser generosas y cuantiosas por los siglos XVI y XVII, ya que era esta una de las formas que tenían los nobles de hacer ver la clase social a la que pertenecían y la dedicación a los más desfavorecidos les hacía ganar respeto ante la sociedad.

         Su máximo responsable era el Administrador Eclesiástico, elegido por la Diócesis; y tenía un encargado de mantener el edificio, llamado “hospitalero”.

 

         Al llegar el año 1500 todos nuestros pueblos tenían hospital, menos Casapalma y Valle de Abdalajís, que, al ser señoríos, es decir, propiedad de un noble, no se repartieron como pueblos. Durante este siglo las epidemias que afectaron a nuestro valle del Guadalhorce entraron desde Málaga y por su puerto; aunque una vez detectada y puestas en marcha las medidas restrictivas, los causantes de la propagación eran los propios malagueños, unos por el inevitable impulso de buscar sustento para ellos y sus familias, y otros por la codicia de buscar su beneficio en el perjuicio ajeno; a lo que había que añadir la precariedad de la ciencia médica en aquellos siglos.

         Durante la Edad Moderna, siglos XVI y XVII, se concentra el mayor índice de mortandad entre los neonatos. Un cuarto de los recién nacidos no llega a cumplir un año, y de los supervivientes que alcanzan la edad adulta, lo hacían con mucha debilidad, esto es, con el sistema inmunológico muy debilitado, lo que los convertía en victimas fáciles en épocas de malas cosechas y hambre, de manera que las epidemias ejercían como acelerante en el proceso de selección natural, eliminando a los más vulnerables por sus bajas defensas.

         No ocurrió lo mismo en los pueblos; lejos del hacinamiento y condiciones insalubres de la ciudad, el campo ofrecía siempre alguna forma de sustento, más aún a mentes pinchadas por el hambre.

         Las llamadas epidemias y hambrunas eran fruto de un cumulo de circunstancias propiciadoras, tales como una precaria situación de la agricultura y la dependencia total de la meteorología, que hacían que épocas de extremas sequias o demasiadas heladas, que daban como resultado pobres cosechas, suponían una condena a pasar hambre a la población.

         La pérdida de cosechas no siempre era debida a las sequías. El exceso de lluvias a destiempo y las heladas también provocaban las llamadas “cosechas estériles”, y como consecuencia de ellas el hambre y la desnutrición; campo de cultivo ideal para enfermedades que degeneraban en epidemias.

 

         Ni que decir tiene que el sistema sanitario era muy precario o incluso inexistente, ya que los tratamientos no pasaban de infusiones de hierbas o sangrías. Para purificar el ambiente se quemaba romero y enebro por las calles, de donde nacería nuestra actual tradición de arrojar romero al paso de las imágenes.

 

         De forma breve y resumida expondremos las epidemias que más afectaron a Málaga y su provincia, de forma cronológica, según la información extraída de distintas fuentes y archivos, teniendo en cuenta siempre aquellas que de alguna forma afectaron a las poblaciones del Guadalhorce.

 

         1507, abril. Hambre y peste.

         1522. Epidemia de “moquillo”, así llamada porque obliga al afectado a estornudar continuamente, con una mucosidad resultante tan mala, que destruye los órganos internos.

         1558, verano. Peste.

         1579. Hambre y peste.

         1580. Epidemia por toda Europa de “moquillo” y “catarro”. En las galeras que llegan a Sevilla tras haber participado en la guerra con Portugal, los marineros vienen infectados de peste, que rápidamente se extiende por Andalucía y en Málaga causa 80 muertos diarios. La enfermedad llega a tierras malagueñas al comprar telas y ropas procedentes de zonas infectadas.

         1582. Epidemia en Málaga de “peste levantina” o “carbunclo”.

         -Carbunclos. Dolor abdominal, diarrea con sangre, fiebre, ulceras bucales y vómitos.

         1590. en julio de este año, desde la Real Chancillería de Granada, se permite a Coín cortar las comunicaciones con Málaga y los pueblos “apestados”.

         1599. La llamada “peste atlántica”, achacada al comercio con países afectados, entró en España por el Cantábrico y llegó a nuestra provincia en este año. Desde un principio acentuó sus efectos en la capital y en la comarca rondeña, lo que convierte al valle del Guadalhorce en presa segura de sus efectos que duraron hasta 1602. Procedía de las guerras con los Países Bajos, se propagó por Málaga por la compra de prendas que venían contagiadas de Flandes. Causó tantos muertos que desaparecieron familias enteras y hubo que traer nuevos repobladores.

         1606. Hambre, quizás la peor epidemia que se pueda tener. Provocada por una combinación de las malas cosechas de años anteriores con una pésima gestión de los recursos existentes. El resultado fue gente deambulando por las calles hasta morir de inanición.

         1637. Peste bubónica. A comienzos de abril llega al puerto de Málaga una embarcación que se dirige a Liorna, ciudad portuaria de la costa italiana; en la que un malagueño pudo de alguna forma pasar la noche. Al día siguiente, una vez en tierra, comenzó a sentirse mal hasta que en pocas horas había fallecido. Revisado el caso por un eminente médico, puso en aviso a las autoridades del peligro, pero fue ignorado. Al poco tiempo se había extendido por toda la ciudad provocando síntomas de fuertes fiebres, erisipela, pústulas y bubones, de cuyo resultado en pocas horas arrebataba la vida.

- Erisipela. Enfermedad infecciosa aguda de la piel.

- Pústulas. Pequeña cavidad superficial en la piel llena de pus.

- Bubones. Inflamación de un nódulo linfático. Se produce en infecciones como la peste bubónica, la gonorrea, la tuberculosis, el chancro o la sífilis. Su aspecto es similar a una enorme ampolla, y suele aparecer en las axilas, las ingles o el cuello.

         Aquella epidemia fue tan terrible que todas las casas de la céntrica calle de la Victoria fueron habilitadas como hospitales, en los cercanos edificios de calle Agua se encerraron a los médicos y sus sirvientes y en las playas de San Andrés se hacían hogueras para quemar las ropas de los infectados.

         Tan devastadora fue que para intentar ponerle freno el rey Felipe IV envió a Málaga 30.000 ducados y a su médico. Se enviaban a la ciudad dineros y víveres, pero a pesar de ello afectó a todos los pueblos de la provincia. Cuando se dio por terminada el 1º de septiembre de aquel año, se contabilizaron más de 20.000 víctimas.

         Pero acogió Málaga con tantas ganas el fin de la epidemia que de pronto se olvidaron todas las medidas de precaución en la salubridad, con lo cual al año siguiente hubo un rebrote tremendamente violento.

         1649. Rebrote de peste bubónica. Aún más virulenta que la anterior, a pesar de las severas normas restrictivas, de que se barren y riegan continuamente las calles y de que se queman las ropas de los afectados en el campo.

         Durante las ya habituales procesiones de rogativa, los mayordomos de la Virgen de la esperanza sacan a hombros un Cristo; momento a partir del cual los enfermos empiezan a curarse Desde entonces pasa a ser conocido como Cristo de la Salud. A pesar de ello se salda con 40.000 fallecidos.

         1674. Enfermedad de catarro con muchas víctimas.

         1678. Peste. Se supo en Málaga que en la vecina Orán se había propagado la peste, por lo que se tomaron medidas restrictivas contra embarcaciones, personas y mercancías de aquella procedencia.

         A pesar de ello, el 27 de mayo entra un buque ocultando que es de aquel puerto. En este caso fueron las discrepancias entre quienes tenían que declarar la epidemia lo que favoreció la propagación. En cuanto fue declarada, junto con las medidas que ello conlleva, comenzaron a notarse los efectos.

         En esta ocasión los síntomas consistían en fiebres altas con sequedad en la garganta, “bubones y carbunclos”, que afectaron a todas las franjas de edades, pero especialmente a las mujeres. Los afectados fallecían entre el quinto y el séptimo día, pasada esta franja de tiempo se podía considerar superada la enfermedad.

         Esta se extendió por la provincia llegando hasta Ronda, Antequera y Vélez Málaga, con lo cual nuestro valle del Guadalhorce también se vio afectado.

                 


         Durante el siglo XVIII se suceden las epidemias en las más variadas circunstancias, pero sería largo y tedioso relatarlas todas.

         Las medidas sanitarias eran algo que las autoridades se tomaban muy en serio. La cercanía en el tiempo entre una epidemia y otra proporcionó mucha experiencia porque rara era la casa en la que no había habido alguna victima; por lo que se sabía que bajar la guardia podía salir muy caro.

 

         Para el vecindario la máxima responsabilidad pasaba por evitar todo aquello que pudiese servir para propagar la enfermedad. Las autoridades debían mantener una fluida comunicación para coordinar las medidas que frenasen la propagación.

         La más importante de ellas era establecer un cordón sanitario que restringiese el movimiento de personas y mercancías, que al menos durante el siglo XVII sabemos que quedó establecido cerrando nuestro valle; saliendo de la costa, entre Torremolinos y Benalmádena subiendo para cruzar la sierra de Mijas, pasar por El Romeral, Cortijo de Las Monjas, Venta el Pilarejo, Venta de Cantairrayan, ya en tierras de Almogía, y Venta de Cisneros, en Olías. Este cordón era vigilado por escopeteros a caballo que preferían dispara de lejos a los infractores antes que acercarse y tener un posible contacto que infectase a ellos o les hiciese trasladar la enfermedad a sus familias.

         En los límites del mismo se habilitaron dos alhóndigas para recibir víveres y comunicaciones. La primera en la venta de Cantayrrayan de Almogía.

         La segunda en la Venta del Pilarejo, en tierras de Cártama, por ser terreno llano y fácil de transitar para las carretas cargadas víveres.

         En estas alhóndigas se instalaban lebrillo o piletas, que se llenaban con vinagre, por las que se debía pasar el dinero fruto de las transacciones comerciales que allí se hacían, bajo la vigilancia, a prudente distancia, de una persona nombrada por el Consejo de la ciudad, exclusivamente para ello.

         De crucial importancia fue el papel del estamento religioso en estos difíciles momentos, en la apertura de hospitales y asistencia a enfermos, labores en las que muchos clérigos fallecieron. Actos que la sociedad del momento supo valorar, sobre todo teniendo en cuenta el fuerte pilar que la religión suponía.

         Vestigios de la confianza en la protección divina los tenemos en las ermitas de San Sebastián, que raro es el pueblo que no tuviese una bajo esta advocación, dado que se le consideraba “abogado o protector de la peste”. En nuestros pueblos sabemos que existe en Alhaurín el Grande, Alhaurín de la Torre; en Álora conocemos el que fue Hospital de San Sebastián, hoy Museo Rafael Lería; en Coín consta que existió un proyecto para construir un Hospital de San Sebastián, pero no llegó a hacerse según nos dice don José Manuel García Agüera; en Cártama también existió otra ermita de San Sebastián, muy cerca de donde hoy está la columna romana de entrada al pueblo, a las puertas del primitivo cementerio.

 

         La patrona de Cártama, Nuestra Señora de los remedios, también fundamenta su nombre y razón de ser en una de estas epidemias, como “remediadora” de una epidemia que asolaba estas tierras en 1579 y el 23 de abril de aquel año se dio por terminada, sin que hubiese víctimas en el pueblo.  

         Cuenta la trasmisión oral que viendo los cartameños las muchas víctimas que estaba causando en las poblaciones de los alrededores, decidieron prosecionar en acción rogativa a la pequeña imagen. Aquel mismo día comenzó a cesar la enfermedad, hasta darse por acabada. Interpretado esto como una intervención divina, decidieron aclamarla como “liberadora de la peste y remediadora de todos los males”; formulando un voto para el siguiente año de 1593, de celebrar función de acción de gracias cada 23 de abril “por siempre jamás”.

         Y así ha permanecido desde entonces y se constata en el grabado más antiguo que existe, que se encuentra en el Archivo Díaz Escovar, fechado en 1773.


         No sería la única. A las afueras de Cártama, en la confluencia de los caminos de Málaga, Coín y Alhaurín el Grande; hasta finales del siglo XIX existió la Ermita de Santa Ana.

         Esta tiene su origen en otra epidemia que sufrió nuestra provincia durante el año 1637, una de las muchas que por entonces se daban. El 26 de julio de aquel año se dio oficialmente por extinguida la epidemia, lo que suponía la eliminación de muchas medidas restrictivas que por precaución tomaban las autoridades. Nuevamente Cártama la superó sin víctimas, lo que se interpretó como protección divina y se levantó la ermita en agradecimiento y para protección de la santa que tocaba en el santoral.

         Álora ya tenía una ermita de Santa Ana a las afueras de la villa, desde principios del siglo XVI, que se usaba como “lazareto” para evitar que los infectados entrasen en el pueblo, junto a la que se enterraban los que fallecían por estas causas. No nos consta que en la de Cártama se hiciese lo mismo

        El siglo XVIII trascurrió en similares circunstancias, con numerosas epidemias, en las que no nos extenderemos por no hacer muy pesado este relato

         Pero veremos más detenidamente el siglo XIX, porque es en el que más información podemos encontrar referente a nuestros pueblos.

         Comienza en nuestra provincia con una fiebre amarilla proveniente de Cádiz que se propagó, no por la falta de medidas sanitarias, sino por la falta de ejecución de las mismas. No es de extrañar porque prácticamente todo el mundo conocido estaba sometido a algún tipo de peste o epidemia, desde las Américas a África.

         A Málaga llegó esta en 1803, y en el Archivo Municipal de Valle de Abdalajís consta que en 1804 se tapian las bocacalles y se ponen garitas de vigilancias, con intención de impedir la entrada en el pueblo de personas infestada. Seguro que en el resto de poblaciones se tomarían medidas similares.

 

         Tras la fiebre amarilla del primer tercio de siglo, aparece un primer brote de cólera entre los años 1833 y 1834, que se llevó en la ciudad unos 1.500 muertos de una población de 59.300 habitantes, diez años después vuelve a brotar esta enfermedad en nuestra provincia, que en esta ocasión tiene su origen en el puerto de Vigo. En Málaga se prohíbe el 17 de agosto de 1854 la entrada por el Puerto de personas procedentes del de Cádiz y se nombran 18 médicos para 9 centros asistenciales en otras tantas parroquias de la ciudad. Los primeros casos se detectan en Cañete la Real con 9 muertos, tres adultos y cinco párvulos, a los que siguen Alameda con dos y Teba con uno, siendo la más afectada Cuevas Bajas con 23 muertos en 20 días. En total 344 fallecidos en toda la provincia, que da por extinguida la epidemia el 12 de diciembre de 1853.

 

         En 1852 se escribe el libro “Topografía Médica de la Ciudad de Málaga”; un grueso volumen en el que dan infinidad de detalles de las enfermedades que afectan a los malagueños y de los tratamientos seguidos, incluido un listado de plantas medicinales de la época. Para concluir recomendando la “hidropatía” como poderoso remedio contra una porción de enfermedades.

         La “hidropatía” es el tratamiento que aprovecha las propiedades del agua, bien sea en baños o bebiéndola, ya que por entonces se da mucha importancia al contenido de hierro, llegando a ser famosas las aguas de Alhaurín el Grande o la fuente de Márquez, en Cártama, consideradas como aguas “ferruginosas”, donde se llenaban envases para trasladarlos a personas enfermas. Poco podían imaginar que la ingesta excesiva de estas aguas, podían llegar a ser dañinas.

   


         El 15 de abril de 1855 hay un rebrote de “cólera morbo” que al acabar este mes se había cobrado en la ciudad 213 víctimas. El día 2 de marzo sale en procesión la Virgen de la Victoria en rogativa para que cesase la enfermedad, a la que no faltó ni una de las autoridades. En total se estima que esta vez se cobró 2.453 víctimas.

         Los síntomas eran unas acusadas diarreas con náuseas y vómitos que provocaban una rápida deshidratación por pérdida de líquidos, con lo cual, algunos fallecimientos que recogen como causa una diarrea pudiera ser en realidad un cólera diagnosticado incorrectamente. Enfermedad que se trasmite por el consumo de agua o comida infestados con el bacilo y por lo tanto con la falta de higiene.

         En Álora se detecta el primer caso de esta segunda oleada de cólera morbo asiático, el 3 de junio de 1855. En Valle de Abdalajís consta el primer caso el 26 de junio; recurriendo muchas familias a trasladarse al campo para alejarse de los focos de infección. Aunque cuando se da por extinguida la epidemia se continua con las habituales de los tiempos, como: Tifus, Tabardillo y Tisis.

         Al finalizar el siglo la economía de nuestro valle se ve muy afectada por la difícil situación que se vive en Málaga y todo el país. A las circunstancias políticas ya descritas hay que unir otras, como el terremoto de 1884, la epidemia de “gomosis” que afecta a los cítricos en 1886, las heladas de 1882 y 1883, la epidemia de “harinilla” en la vid entre 1868 y 1873, la filoxera que se introduce en el Guadalhorce por Almogía a partir de 1882, la crisis de la agricultura y la decadencia de la industria malagueña; todo lo cual tienen como consecuencia, importantes cambios económicos y sociales.

 

         En 1911 se denuncia la existencia de focos de “tifus” en el partido de Las Yeseras. El Ayuntamiento envía una Comisión encargada de desinfectar las ropas y las casas de las familias afectadas, incluso de los pozos donde se proveen de agua estos vecinos, para evitar la propagación.

         En 1916 la viruela se encuentra instalada en el valle del Guadalhorce y desde los pueblos se toman medidas para hacerla desaparecer. Se desinfectan o queman las ropas de los afectados, según la gravedad y se ordena a los alguaciles municipales que vigilen que los afectados no laven sus ropas en los lavaderos públicos.

 

 

         Pero la más grave epidemia del siglo XX fue la “gripe española” de 1918. Duró 2 años, en 3 oleadas de contaminación con 500 millones de personas infectadas y un total de 50 millones de muertes en todo el mundo.

         La mayoría de las muertes se produjeron durante la segunda ola de contaminación. La población soportaba tan mal la cuarentena y las medidas de distanciamiento social, que, cuando tuvo lugar el primer desconfinamiento, comenzó a alegrarse el vecindario por las calles, abandonando todas las precauciones. En las semanas siguientes llegó la segunda ola de contaminación, con decenas de millones de muertes.

 

         Como resultado de esta mal llamada “gripe española” en diciembre de 1922 se crean las “Brigadas Sanitarias de la provincia”, por una Real Orden de 1921; con la misión de socorrer a los pueblos en casos de epidemias, con el personal y material sanitario de que será dotada, habiéndose acordado nombrar al Alcalde de Alora Don Salvador Morales, vocal de la Junta Provincial para la formación de dicha Brigada, en representación del distrito.

         Con esta epidemia nació un producto que muchos aun recordaran. Se trata del “Zotal”, usado para desinfectar y como fungicida; tristemente famoso porque con él se desparasitaba a los emigrantes europeos al llegar a puertos de América. Durante la segunda guerra mundial también fue usado este producto para desparasitar los reclusos a la llegada a los campos de concentración alemanes, en cantidades tan concentradas que llegaban a quemar la piel.

         Hasta la década de los años 50 del siglo XX hubo en España brotes de cólera, tifus y fiebres amarillas. Por suerte los avances en materia sanitaria conseguirían aislarlos poco a poco hasta hacerlos desaparecer.

          Sin embargo, para bajarnos del pedestal de superioridad y modernidad en el que nos habíamos acomodado, ha llegado la epidemia del “coronavirus”, para recordarnos que no somos más que una especie más en este planeta y si no nos adaptamos será la naturaleza la que decida quien vive y quien muere.

         Pero el ser humano posee un defecto genético que le impide estar preparado para autogobernarse. Este “gen” que para entendernos llamaremos “ego”, provoca que el hombre dé siempre más prioridad a sus propios intereses que a los de la comunidad, buscando cualquier excusa que justifique sus argumentos por encima de cualquier otro que no le beneficie.

         Con este panorama nos encontramos a día de hoy a la clase política que un día dice una cosa y al siguiente otra bien diferente; las autoridades sanitarias difundiendo normativas de las que ni ellos tienen seguridad y la clase empresarial reclamando poder trabajar de cualquier forma y a cualquier precio, aunque sean vidas, ya que siguen pagando impuestos como si de una situación normal se tratase. Y en vista de todo lo anterior la ciudadanía se cree con impunidad para saltarse cualquier normativa, ya que la descoordinación les provoca desconfianza de todo.

         A nadie se le ocurre mirar como se ha tratado este problema a través de la historia, porque ello supondría tomar medidas drásticas e impopulares y como nadie quiere ensuciar su propia imagen todos prefieren esperar a que las decisiones difíciles las tomen otros.

 


jueves, 24 de diciembre de 2020

GARCÍA LORCA Y EL VALLE DE ABDALAJÍS.

 

         Cuando ya creemos que todo se ha dicho o escrito sobre un tema o periodo histórico, siempre aparece algo, un documento, un objeto o un testimonio que nos remueve por dentro ante la posibilidad de poder conocer nuevos detalles sobre el capítulo que nos apasiona.

          Este es el caso de García Lorca y su biografía, del que a estas alturas parece increíble que algo nuevo se pueda decir. Sin embargo, hace algunos años mi gran amigo Carlos Lucas, en una de nuestras frecuentes charlas históricas, me puso sobre la pista de un importante personaje que durante un tiempo habitó en la localidad malagueña de Valle de Abdalajís.

         Por la diferencia de edad que nos distingue, lógicamente él ha conocido personas que yo no he podido conocer, sobre todo personas que vivieron nuestra guerra civil en primera persona, en un lugar como Valle de Abdalajís que por ser entre agosto de 1936 y febrero de 1937 frente de guerra, tanto protagonismo tuvo. En cierta ocasión me comentó que una de estas personas que vivió aquellos días le contó que había conocido y tratado personalmente en el Valle a don Patricio González de Canales.

         Pero ¿Quién era este señor que de forma furtiva vivió durante algún tiempo en el Valle?

         Por la biografía oficial publicada en Wikipedia; Patricio González de Canales nació en la localidad cordobesa de Bujalance en 1912, realizó estudios de derecho en la Universidad de Sevilla. Llegó a militar en la izquierdista Federación Universitaria Escolar, pero su marcada línea anticlerical le hizo abandonar la organización.​ Se integraría en el «Frente Español» de Alfonso García-Valdecasas, y posteriormente en Falange Española. Llegó a ser jefe local de Falange en Sevilla, y para julio de 1936 era inspector de Falange para Andalucía oriental,



         Él mismo cuenta en una entrevista que se le hizo el 8 de octubre de 1973, publicada por el periodista Eduardo Molina Fajardo (Los últimos días de García Lorca. Ed. Plaza y Janes. 1983); a comienzos de julio de 1936 ya se preparaba el alzamiento en todas las provincias de España. Esto era de dominio público hasta el punto de que se encarcelaron a los líderes derechistas y de Falange Española, considerados más conflictivos; aunque contaban estos con la complicidad de muchas personas, incluidos funcionarios de prisiones.

         En Granada había por aquellos días una lucha de poder entre Falange y la CEDA y cuando llegó González de Canales el 17 de julio, como inspector jefe de preparación para el alzamiento; cuentan los testigos presenciales que el segundo día del levantamiento militar, ante el edificio del Gobierno Militar de Granada, se reúne un numeroso grupo de personas a la espera de ser encuadrados en milicias y recibir armas.

         En el balcón principal aparece el diputado por la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, con camisa azul que a gritos intenta organizar a los allí congregados: --¡Los de Acción Popular, a este lado! ¡Aquí los de Falange! —

 

         De Ramón Ruiz Alonso dice Wikipedia que nació en VillafloresSalamanca, el 14 de noviembre de 1903 y falleció en Las VegasNevadaEstados Unidos, en 1978. Fue un político y activista derechista español, activo durante el periodo de la Segunda República Española y la Guerra civil. Su figura ha pasado a la historia por su implicación en la detención y posterior asesinato del poeta Federico García Lorca.

         Obrero tipógrafo de profesión,​ fue diputado en Cortes durante el periodo de la Segunda República. Conocido como el «obrero amaestrado» por sus detractores, se convirtió en un miembro destacado de la coalición derechista CEDA. Durante su estancia en Granada mantuvo malas relaciones con las izquierdas y sectores obreros, y también con dirigentes de la Falange granadina. Tras el estallido de la Guerra civil se unió a las fuerzas sublevadas y tomó parte en las tareas de represión.

 

 

         A este acto reaccionaron los falangistas personándose en el lugar un grupo de ellos, encabezado por Patricio González de Canales, que salen al balcón y le quitan a Ruiz Alonso la camisa, le prohibieron hacer uso de ella y le arrinconaron políticamente.

         En aquel momento, desde el balcón, González de Canales dijo a los asistentes: --¡Yo, que ostento aquí la representación de José Antonio Primo de Rivera, tengo que decir una cosa! ¡Aquí no hay más milicias que las de Falange, y el que no quiera que se vaya! —

 

         Si hasta entonces la pugna por el poder en Granada se intuía entre cedistas y falangistas, con este acto la rivalidad había quedado bien patente y la balanza claramente inclinada a favor de Falange.

         Pero para Ruiz Alonso la cosa no podía quedar así. La repulsa de este señor venía desde que algún tiempo atrás había intentado ingresar en Falange y el propio José Antonio lo rechazó, llamándolo “sindicalista amaestrado de la CEDA”. Por su parte González de Canales tenía sus motivos para oponerse a aquel reparto de armas, porque además de ostentar la representación, había llegado a un acuerdo de no agresión con los grupos anarquistas granadinos.

         Tras este suceso Ruiz Alonso no podía dejar las cosas así y planeó dar un golpe donde más dolía en el orgullo de los falangistas, que era sacando de casa de los hermanos Rosales, líderes de la Falange granadina, a su mayor protegido, García Lorca, contra el que tejió todo un entramado de acusaciones acordes con el pensamiento de la época, que desembocaría en su ejecución. Con la complicidad del recién nombrado Gobernador Civil de Granada, Comandante José Valdés Guzmán, también recién ingresado en Falange, aunque en público se jactaba de rechazar los principios falangistas y al que también le acusan algunos historiadores de fundar la granadina “escuadra negra”.

         Según nos cuenta el historiador ardaleño, Francisco Ortiz Lozano, entre los dos decidieron convertir la agrupación en una fuerza reaccionaria de choque, pero para ello lo primero era deshacerse de González de Canales, al que acusaron ante Queipo de Llano de que “no hacía más que plantear problemas”, por lo que se envió una avioneta a Granada que el dos de agosto lo trasladaría a Sevilla en calidad de detenido.

          Cuenta la historia oficial que Patricio González de Canales pasaría al año siguiente a la clandestinidad y nada se volvería a saber de él hasta después de acabada la guerra.

         Una historia que tiene mucha más miga que desmenuzar, pero de la que ya se han ocupado otros historiadores y por esa razón no nos extenderemos en ella. Pero la parte que aún no se ha contado es que el González de Canales, temeroso de su vida, solicitó protección a unos conocidos que tenía en la ciudad de Antequera. Aquellos lo ocultaron en un lugar de su plena confianza, que resultó ser la casa de una familia vallestera, con la que convivió unos cinco meses aproximadamente. Allí pasó desapercibido sin que los vecinos fuesen conscientes del importante personaje que se hallaba entre ellos. Una protección por la que don Patricio, como le llamaban, siempre estuvo agradecido y durante los difíciles años cuarenta, cuando esta familia necesitó ayuda para sobrevivir, don Patricio supo otorgarles desde Madrid, beneficios que aún hoy perduran.

 

         Tras el final de la contienda pasó a ocupar otros puestos, siendo nombrado secretario nacional de Propaganda, ​ actuando primero la bajo la jefatura de Manuel Torres López y, posteriormente, de David Jato Miranda. También llegó a ejercer en funciones como delegado nacional de Propaganda.

         Durante la Dictadura franquista González de Canales mantuvo una actitud constante de disidencia y conspiración. ​ Opuesto al decreto de Unificación, entre 1937 y 1938 intentó establecer sin éxito una Falange autónoma.​ En diciembre de 1939 se estableció en Madrid la clandestina Falange Española Auténtica (FEA), de cuya Junta Política fue miembro y secretario. ​ González de Canales fue la verdadera alma de esta organización clandestina, ​ que sin embargo acabaría teniendo una existencia muy corta. Paradójicamente, a pesar de su actividad disidente, al mismo tiempo González de Canales desempeñaba puestos de relevancia en el seno de la dictadura.

         En la década de 1960 fue uno de los vicepresidentes de los Círculos Doctrinales José Antonio —con el «camisa vieja» Luis González Vicén en la presidencia—.​ A la muerte de Manuel Hedilla, en 1970, González de Canales pasó a liderar el minúsculo Frente Nacional de Alianza Libre (FNAL). ​

         Falleció en febrero de 1976, ​ en su residencia de Madrid.

 

 

martes, 29 de septiembre de 2020

HISTORIA DEL ARMONIO DE LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS.

 

HISTORIA DEL ARMONIO DE LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS.

         Hablar del armonio de Cártama es hablar de un trozo de la historia de España. Este fue donado a don José González Marín el 9 de diciembre de 1937, por el entonces embajador de España en Nueva York, señor don Juan Francisco de Cárdenas, para la Virgen de los Remedios; tal como pone en la placa que lleva adosada.


         Juan Francisco de Cárdenas fue el máximo representante propagandístico de la España franquista y Falange Española, en la ciudad estadounidense. Regentaba este señor la casa de España en Nueva York, donde se reunían los inmigrantes españoles y miembros de Falange; pero no le resultó esta una labor sencilla, ya que a diario tenía que batallar con los grupos republicanos establecidos en aquel país, cuyo máximo representante era el profesor socialista y embajador Fernando de los Ríos. La prensa del país y los grupos de poder consideran el franquismo como un estado satélite de Hitler y Mussolini, llegando a prohibirse las actividades de Falange en aquel país. La administración Roosevelt no reconoció el Gobierno de Franco hasta que no acabó la guerra y aun así siguió apoyando a la guerrilla antifranquista desde el norte de África.

        


         El historiador americano Allan Chase (1913-1998) dejó escrito en su obra “Falange. El ejército secreto del eje en América” (1944); relata como “los Nazis de Burgos enviaron a José González Marín a organizar las cédulas de Falange en Nueva York y puerto Rico.” Según este historiador, después de dar varios recitales en la Casa de España, “se dedicó a su verdadero trabajo en América”. Durante su estancia, González Marín nombró Jefe de Falange en Nueva York a un español que vivía en 500 West 144th, Manhattan, llamado José de Perignat; segundo en el cargo a Antonio Gallego y tercero Abelardo Campa.

         Por aquellos días, la mayoría de los 700 miembros de la Casa de España se inscribieron en la organización de Falange Española; pero tras escuchar un “histérico” discurso pronunciado por González Marín en una reunión secreta, en el que declaró que todos los miembros de Falange tendrían que ir a España a tomar las armas y pelear en los frentes, la mayoría de estos se les “helaron los pies” y “casi todos escaparon por las salidas más próximas”.

         El caso que nos interesa es que, gracias González Marín y a aquella visita, cuenta Cártama con esta importante pieza.

         Se trata de un instrumento musical más sencillo que el órgano, que tiene en la parte de abajo lo que se llama "pedalier" que son unas telas grandes que se tocan con los pies y con las que se obtienen los registros más graves. Son varios los cartameños que en este armonio hicieron sus primeros pinitos en la música, con el asesoramiento de Paco Roldán, el sacristán, una muy buena persona de la que hemos aprendido mucho todos los que le conocimos, simplemente con su ejemplo. Paco conocía muy bien este instrumento y lo mantuvo en funcionamiento durante décadas. Lo desarmaba pieza a pieza y lo reparaba cada vez que el caso lo requería. Hablar del armonio y recordar a Paco es inevitable.

         Tras muchos años en el coro de la Iglesia Parroquial, casi olvidado, pero en un entorno que aún conserva elementos del siglo XVI, que tememos que en cualquier momento desaparezcan, precisamente por el lugar olvidado en que se encuentran. Este año 2020, por fin, le ha llegado la merecida restauración y se podrán ver en la Ermita de Nuestra Señora de los Remedios, donde, además, será debidamente cuidado y mimado.

 

martes, 23 de julio de 2019

HISTORIA DE LA SIERRA DE GIBRALGALIA.


         Topónimo puramente árabe, cuya raíz se repite por toda la geografía española (Gibraltar, Gibralfaro, Gibralmora, etc.), puede traducirse como “sierra alta” (Yabal al-alya). Aparece por primera vez en el deslinde del condado de Casapalma, ocurrido en 1493:
         “…por do va una senda aguas vertientes al camino de Álora, que va de Álora, e aguas vertientes Casapalma e cabo del dicho lomo de tierra entre unas palmas en derecho del atalaya de la sierra de Gibralgalia de lo más alto e dexando la dicha sierra de Gibralgalia a la mano izquierda volvió por un lomo abaxo de unos buhedales sobre la mano derecha en derecho de la dicha atalaya y del dicho mojón yendo por la loma adelante aguas vertientes al rio de Caçarabonela faciendo dos boltezuelas en el dicho deslindamiento e loma sobre la mano izquierda fasta dar en un cerrillo que se dice Fechahacen a do se hizo otro mojón de tierra e una piedra en medio soterrada.” Un texto escrito el 17 de diciembre de 1493 y que describe fielmente los cerros más altos de esta sierra.
         A partir de esta fecha queda integrada en el señorío de Casapalma, hasta que con la abolición de los señoríos pasa a formar parte del término de Cártama en 1812, tras un pleito con el vecino municipio de Coín. Entonces no se hace distinción ente los habitantes, pero es evidente que ya está habitada la sierra de Gibralgalia porque el padrón de aquel año ya recoge familias como los Carrasco, Navarro, o Vázquez que aún hoy perduran.
         Con la creación del municipio de Pizarra en 1847, a partir de tierras tomadas de los de Alora y Cártama; la sierra de Gibralgalia queda aislada y unida a su término tan sólo por la carretera de acceso.
         Su población se compuso de vecinos llegados de todos los municipios cercanos. Estos primeros pobladores tuvieron la libertad de poder cercar un pequeño trozo de tierra en el que construir sus chozas aprovechando los recursos del entorno; el resultado eran unas viviendas con paredes de piedra, habitaciones cortadas con cañas y barro y cubierta de palmas. El perímetro circundante era reservado para el ganado de pastoreo, gallinero y huerto, denominándose localmente “rancho” a todo el conjunto, de donde nace la barriada de “los Ranchos”.

         La población se crea y expande a partir de un camino de herradura, a los lados del cual se van concentrando las chozas hasta llegar a convertirse en la actualidad en la calle principal, actual calle “el paseo”. A partir de esta salen otras laterales sin orden alguno, adaptándose a la orografía o los límites de las propiedades.
         Durante muchos años este fue el paisaje normal en Gibralgalia, hasta que alguien se atrevió a colocar en la cubierta de su casa la teja de barro cocido, algo que por primera vez se veía en la zona; desde entonces esta barriada en expansión seria conocida como “barriada de casa teja”.
         La última de las barriadas en crearse sería “la peluca”, que en la década de los años 90 aun carecía de luz eléctrica en las casas.


         La consolidación como aldea llega cuando el Padre Tiburcio Arnaiz, durante un viaje a Yunquera, se fija que hay numerosas casas diseminadas en un monte que divisa por el camino, pero no distingue entre ellas ninguna iglesia. Preguntó entonces a su acompañante que pueblo era aquel, el cual le informó que se llamaba Gibralgalia y que allí no llegaba quien los confesase ni siquiera una vez al año, ni tenían cura ni conocían a Dios; eran cristianos porque sí, porque bajaban los recién nacidos a Pizarra para bautizarlos, dos horas de camino en bestia, lo mismo acorría cuando se casaban, y allí también llevaban sus muertos para darles sepultura, sería el año 1920.
         Hasta entonces los oficios religiosos se venían haciendo en una casa particular conocida como “casa del colorao”, propiedad de Antonio Berlanga Pacheco, conocido como “Antonio Martín”.


         En enero de 1921 fue llevado el Padre Arnaiz a Pizarra por los Condes de Puerto Hermoso para preparar la entronización del Sagrado Corazón en la sierra de Gibralmora. Aprovecha la ocasión para organizar una visita a la sierra de Gibralgalia acompañado de los Condes y el cura de Pizarra, ocupando el día entero en catequizar, predicar y confesar, con tal aceptación que de vuelta a Málaga le pareció urgente poner en marcha un plan de catequistas y maestras rurales voluntarias. Después de mucho esfuerzo, al año siguiente, enero de 1922, se presentan en Gibralgalia tres señoras pertenecientes a las llamadas “doctrinas rurales”, entre las que se encontraba doña María Isabel González del Valle, y a las que el Padre les había dado como primer objetivo y consigna, la de desterrar de aquel lugar la blasfemia.
         Nada más llegar a la sierra alquilaron una de las pocas casas existentes, ya que la mayoría eran chozas, y en ella se instalaron y destinaron parte de la misma para escuela, pero pronto se quedo pequeña y hubieron de alquilar otra. Las clases se impartían de ocho a once de la mañana para los niños, de tres a cinco de la tarde para las niñas y tras ellas las mocitas, y de ocho a diez para los hombres. Los jueves se desplazaban al cercano barrio de Las Casillas, daban catecismo para las casadas y visitaban los enfermos; el domingo lo ocupaban en bajar a Pizarra a oír misa y comulgar, cuatro horas de viaje en caballería.
         El propio padre Arnaiz reconoce que lo sacrificado de la caminata de los domingos llevó a estas señoras a solicitar del señor Obispo la concesión para habilitar una capilla decente.
         El templo fue construido con la ayuda de todos los vecinos, incluso colaboro el señor conde de Pizarra. Una vez acabada fue inaugurada la capilla en 1922, por la directora de todas las misioneras, doña María Isabel González del Valle.

         Durante los años 30 se le construiría el Cementerio, lo que supuso el que quedara dotado de otro importante equipamiento para el vecindario.
         Celebra sus fiestas el 24 de junio, en honor a su patrono, San Juan Bautista; y en las mismas se hace patente una de las más antiguas aficiones locales, el día del Caballo. En la actualidad es una población con entidad propia, con monumentos muy personales como su Iglesia, sus fuentes, y sus casas históricas; incluso me consta que algún vecino está en disposición para montar un museo dedicado a la historia local.





miércoles, 12 de junio de 2019

LA CERES DE CÁRTAMA, HISTORIA, INVESTIGACIONES E INTERPRETACIONES.


         Por increíble que parezca, aun hoy día hay ocasiones en que es necesario explicar la importancia de un hallazgo arqueológico. Y la mejor oportunidad para hacerlo es hablar de la escultura de la diosa Ceres de Cártama.
         La primera interpretación que se puede hacer del estudio de semejante hallazgo es la de que se trataba de un culto bastante arraigado en nuestras tierras; el cual tiene su origen en la adoración a su homóloga, la Deméter griega.
         Los romanos adoptaron la adoración de Ceres durante la hambruna del 496 a d C., de su equivalente griega, ya que, para los griegos representaba la tierra fértil lista para la siembra.
         Ceres o Deméter, era hija de Rea y Crono, que la tragó y luego la regurgitó. Esposa de su hermano Zeus, con el que tuvo a Perséfone. Con Posidón tuvo al caballo Arión; y con Lasión a Pluto.
         Cuando su hija Perséfone fue raptada, Deméter la escuchó gritar y recorrió la tierra buscándola, vestida de luto y alumbrándose con dos antorchas, durante nueve días y nueve noches, sin descanso, sin comer y sin bañarse. Su raptor, Hades, bajó a Perséfone al infierno, donde la engañó para que comiese un grano de granada, y de esta forma, como según la mitología quien come en el infierno ya no puede salir de él, consiguió asegurarse de que no saldría de allí.
         Pero como Zeus vio que Deméter sufría por la falta de su hija, hizo un acuerdo con Hades para que Perséfone pasase bajo tierra un tercio del año y el resto en el Olimpo con su madre y los otros dioses.
         Cuando por fin se reunieron madre e hija, fue tanta la alegría que Deméter hizo que los campos fuesen fértiles mientras se encontraban juntas, pero cunado Perséfone bajaba a los infiernos, se sentía tan sola que el hielo y el frio se apoderaban de la tierra.
         Esta no es más que una de las muchas leyendas de las que se componen la mitología griega; que hoy nos puede parecer demasiado fantasiosa, pero en su época fue suficiente para que fuese la patrona de Enna, en Sicilia; que conmemoraban anualmente la salida de Ceres en busca de su hija, recorriendo por las noches calles y campos en una especie de romería en la que los participantes portaban antorchas y daban gritos llamando a Perséfone.
         Atenas tenía dos fiestas solemnes en honor a Deméter: una llamada Eleusinia y otra Tesmoforia; en las que se sacrificaban cerdos debido a los daños que causaban en los frutos de la tierra, y se hacían libaciones de vino dulce.
        En otros lugares Ceres era horada y festejada en el mes de mayo en las fiestas llamadas de Ambarvalia, con procesiones en las que las mujeres vestían ropas blancas propias de los hombres, mientras estos quedaban como meros espectadores; y para que la festividad fuese agradable a Ceres no podían asistir a ella nadie que estuviese de luto.


         Existieron cultos similares en muchos más lugares, pero siempre dedicados a la fertilidad que Ceres concede a la tierra, de donde derivó el nombre de “cereal”.
         Es difícil el saber con exactitud cuál era el ritual que se practicaba en Cártama para esta celebración, pero la sola existencia de la escultura deja claro que alguno se celebraba. Si tenemos en cuenta que la escultura no está tallada por la espalda podemos interpretar que se encontraba adosada a un muro, que, por la calidad y perfección de la misma, sólo podía ser un templo o un edificio céntrico de significada importancia. En cualquier caso, tras estudiar el terreno donde se produjo el hallazgo, no pudo ser aquel el lugar original, ya que no se han encontrado restos de la suficiente potencia como para que los albergasen, así que en algún momento debió haber sido traslada allí desde otro lugar, que fácilmente pudo haber sido la ciudad de Cartima, teniendo en cuenta los restos encontrados y que otros similares se encuentran bastante lejos.


         La tradición se celebraría de forma oficial hasta que, en el concilio de Nicea en el 325, Constantino I El Grande, declarara religión oficial del imperio el cristianismo, pero como las tradiciones son difíciles de desarraigar del pueblo, esta se seguiría celebrando al menos hasta el reinado de Teodosio I, que falleció en el 395.
         Como quiera que fuese, la pieza ha permanecido enterrada más de mil seiscientos años; hasta que, en 1929, durante los trabajos de recopilar piedras para fabricar paredes, Miguel García Pérez y su suegro Alejo García Cerón, junto con otros trabajadores contratados, la encontraron por casualidad.
         En un principio no le apreciaron nada especial, al encontrarse boca abajo y enterrada la mayor parte de ella, incluso desayunaron aquella mañana sentados sobre la piedra. Pero al decidirse a extraerla de la tierra para fragmentarla y utilizarla se dieron cuenta que ocultaba una hermosa talla.
         Miguel García Pérez había nacido en Alhaurín el Grande en 1901, hijo de don Francisco García Villasana y de doña Rosalía Pérez Sánchez, una de las más notables familias de la vecina localidad; el señor García Villasana era súbdito de la ciudad de Nueva York, terrateniente, empresario y además gozaba del privilegio de ser “Caballero Cubierto ante el Rey”; lo cual nos da una idea del nivel social y cultural de esta familia. Josefa García Cordero había nacido en 1905, también en Alhaurín el Grande, hija doña Isabel Cordero Rueda y de don Alejo García Cerón, el cual fue en 1914 heredero junto a sus hermanos de una finca de más de 17 fanegas de tierra en el partido de Fahala, que pasó a ser conocida como “Finca de los Alejo”.


         En 1929, cuando aún eran novios Miguel García Pérez y Josefa García Cordero, Miguel fue a trabajar junto a su suegro Alejo, en un pozo de nueva construcción en el lugar conocido como “haza de la calera”, junto a la “loma del negrillo”, que, para los que no conozcan el terreno, se encuentra a espaldas del actual restaurante Los Cabales, en la carretera de Cártama a Coín. Junto a otros trabajadores se encontraban sacando piedras para construir la casilla del pozo cuando encontraron una que podría serles útil; a simple vista no se observaba nada especial más que una simple piedra, que al estar semienterrada era necesario extraerla de la tierra para que pudiese ser manejada, y con esta intención los hombres clavaron en tierra sus barras de hierro para extraerla, con la gran sorpresa al darle la vuelta y salir de la tierra la parte que se encontraba enterrada, de que se trataba de una bella escultura de la cara de una mujer, pero con la mala suerte de que una de las barras hiciese fuerza entre la nariz y el labio superior, causando su rotura en esta zona.
         En aquel momento podrían haberla hecho trozos para con ellos construir un buen trozo de pared, y con esto fin de la historia; pero Alejo, el suegro de Miguel, hombre con unos conocimientos y cultura heredada de su padre, supo valorar el hallazgo y mandó traer del cortijo una carreta, a la que con gran trabajo entre todos la cargaron y trasportaron a la finca, a unos cinco kilómetros aproximadamente, donde fue colocada junto a la puerta de entrada, lugar donde nadie pudiese llevársela, reservada de golpes y poder ser vista y disfrutada, como se aprecia en la foto.


         Miguel García Pérez y Josefa García Cordero contraerían matrimonio el 28 de mayo de 1930 y con el tiempo tomarían posesión de la finca, incluida la escultura. Con los años llego a ser conocida la existencia de la pieza, hasta que llegó a oídos del artista cartameño, don José González Marín, que según cuenta en sus escritos el hijo de este matrimonio, don Francisco García García, en varias ocasiones intentaría hacerse con ella, pero siempre se opuso su padre a que se la llevase.
         Pero llegó la guerra civil española y con ella sucesos muy dramáticos para los españoles. Miguel García Pérez fallecería el 30 de octubre de 1938 con 37 años, a causa de una enfermedad crónica contraída a consecuencia de haber tenido que trasladar los cadáveres de personas ejecutadas y expuestas a la intemperie varios días, con lo cual Josefa García Cordero quedó viuda y con dos hijos pequeños; a esto había que añadir que un hermano de Josefa falleció en el frente y nunca pudo ser localizado su cuerpo, ni tan siquiera pudieron saber con seguridad si fue en el frente del Ebro o en el de Guadarrama; y otro de sus hermanos regresó de la guerra habiendo perdido un dedo.
         Al igual que ocurriese a miles de familias españolas por aquellos años, la perspectiva de una dura posguerra, con escaseces y lutos no eran nada esperanzadoras, con lo cual, cuando un día de 1939 llegó una carreta al cortijo de los Alejo, con el encargo de que tenía que llevar “la muñeca” a casa de don José González Marín, Josefa no se negó a ello, porque en aquellos momentos eran otras sus prioridades.
         De esta forma, pasaría la escultura diez años en casa del artista, hasta que, en 1949 le es entregada al exgobernador Civil de Málaga, don José Luis Arrese Magra; el cual, según la biografía que de él recoge wikipedia, para este año ya no sólo no era Gobernador de nuestra provincia, sino que: “en el verano de 1945, con la derrota de la Alemania nazi, Franco realizó numerosos cambios en la administración y el gobierno: muchos falangistas germanófilos perdieron sus puestos y desaparecieron de la escena política. Este fue el caso de Arrese, que fue cesado en la jefatura del partido único y salió del Gobierno. Tras su destitución, Franco no nombró sucesor y el cargo de secretario general quedó vacante. Pasó varios años en el ostracismo político, sin ocupar ningún cargo de importancia.”
         A la colección personal de este señor ha pertenecido desde entonces, y en 1970 adquiere un edificio conventual en su localidad natal de Corella, donde inaugura su museo en 1973, en el que se expone nuestra Ceres, además de otras piezas arqueológicas de distintas procedencias y gran número de obras de arte.

         En 1956 el profesor José María Blázquez Martínez, catedrático emérito de Historia Antigua y académico numerario de la Real Academia de la Historia, en un trabajo publicado en la revista “Antigua. Historia y Arqueología de las civilizaciones”; tras comparar la talla a otras, dentro y fuera de la península, llega a la conclusión que pertenece al periodo del emperador Adriano (76 d. C. – 138 d. C.), sucesor de Trajano, ambos de origen hispano y fue tallada en Argel. Concretamente es de fecha posterior al año 129, según nos dice este autor, por la tipología de la talla del ojo; lo cual nos permite fechar aún mejor la escultura para poder afirmar que entre el 129 d. C. y el 138 d. D. fue tallada en Argel y trasladada a Cártama, como diosa de la agricultura, junto a la que se celebraría la festividad romana de Háloa; fiesta de origen heleno en la que se venera a la diosa Ceres en su manifestación de campo labrado preparado para la siembra.
         De pertenecer a una escultura de cuerpo entero, teniendo en cuenta la proporción del rostro, debió tener una altura de 3,80 metros; aunque no es posible comprobar si se encontraba de pie o entronizada (sedente, como las famosas matronas también encontradas en Cártama), al igual que su hermana que le sigue en importancia y calidad, que se encuentra en el Museo Arqueológico de Mérida y de similares características en el trabajo del tallado, pero aquella formaría parte del “Frerte escénico del Teatro”.


         Termina su estudio el profesor José María Blázquez, afirmando que la cabeza de Ceres de la colección Arrese “honraría cualquier museo del mundo” ya que “es la mejor, dentro de su clase, de las halladas hasta ahora en España.