Ha sido esta una lacra sufrida por la sociedad de todas épocas; unas
veces porque las dificultades del momento no dejaban otra opción para la
supervivencia, y en otras por el atractivo del dinero fácil y rápido. El
bandolerismo crea todo un mundo paralelo al resto de la sociedad, con sus
propias leyes, mitos, leyendas, indumentaria y costumbres.
La composición serrana de las tierras de Cártama y su ubicación entre
las comarcas antequerana, rondeña, montes de Málaga y la costa, hace inevitable
la presencia de bandidos. En unas ocasiones tan sólo de paso, y en otras
cometían aquí sus delitos y huían a otras comarcas; aunque también se tienen
noticias de partidas asentadas en nuestra sierra.
Ya durante los trámites para la segregación del término de Casapalma del
de Málaga, alegaba en contra el cabildo malagueño que los bandidos tendrían
fácil refugiarse en otra jurisdicción tras cometer un delito en las tierras de
la ciudad.
Contaban los delincuentes con la complicidad de venteros y trajinantes
dedicados a la venta ambulante; no tan sólo a cambio de ciertos beneficios
económicos, también porque la negativa a colaborar suponía que fuesen
víctimas de ataques y extorsiones. Por
lo que estaban siempre bien informados de las personalidades, mercancías o
cabezas de ganado que en todo momento circulaban por los caminos.
Pastores y ganaderos eran considerados amigos de delincuentes, si no
propios delincuentes, y como tales los trataba la ciudad, muestra de ello es el
acuerdo del Consejo de Málaga que manda el 27 de octubre de 1559, se quiten las
armas a los ganaderos que llegan a la ciudad con ganado desde Cártama.
Pero además de las medidas preventivas para la delincuencia, la Ley era
bastante tajante con estos individuos, que se ajusticiaban públicamente y sus
restos eran expuestos en los cruces de caminos y entrada a las poblaciones,
para que sirviesen de escarmiento. No dudaban las autoridades en usar la
tortura para obtener confesiones y a aquellos que se mostraban colaboradores se
les perdonaba la vida y obtenían beneficios que podían ir desde la condena a
galeras, latigazos, presidio, incluso compensaciones económicas si la
colaboración era suficientemente eficaz.
Obviamente, desde la dominación cristiana la nueva legislación va
dirigida a los cristianos viejos repobladores, dispuestos a asumir las normas
fiscales; por lo que, desde el primer momento, surgen minorías descontentas.
Unos porque pertenecen a etnias y grupos que se sienten marginados, como pueden
ser musulmanes y judíos; y otros porque
creen que no se les ha hecho justicia en lo que merecen. Estos se agrupan en
minorías discriminadas que con frecuencia forman bandas que sobreviven del
pillaje y robo a lugareños y forasteros.
Poco a poco se va agravando esta
situación, hasta el punto en que la corona se ve obligada a expedir una Real
Cédula el 20 de agosto de 1494, por la que dicta seberas medidas a los
venteros, por ser estos los lugares donde solían juntarse putas y rufianes.
Cualquiera que llegue a una venta por la mañana, estará obligado a abandonarla
al caer la tarde; y el que llegue de noche deberá partir muy de mañana. Se les
niega los derechos como vecinos a los forasteros sin oficio ni señor con quien
vivan, al igual que vagabundos y holgazanes.
Sin embargo esta medida no es suficiente para paliar la delincuencia
existente, ya que poco se puede hacer contra los salteadores de caminos. De uno
de estos llamado Diego Martín, tenemos noticias que en 1576 asaltó a una
arriero en los caminos de Cártama y le robó treinta y dos reales que llevaba.
Puesto preso el sujeto, la justicia se pone en marcha para esclarecer los
hechos y el tres de diciembre de 1567 se paga a Rodrigo Sánchez, como alguacil
de Cártama, seis reales por el tiempo que había ocupado en tomar declaración a
ciertos testigos contra el Diego Martín.
Pero a pesar de las medidas tomadas para evitar la concentración de
delincuentes en las ventas y posadas, también se podía dar el caso que fuese el
propio posadero el delincuente, como fue el caso de Domingo Fernández,
propietario de la venta de El Pilarejo, que en 1568 aporrea y roba a Alonso
Esteban, dejándolo muerto y tras cometer el delito huyó, siendo apresado en
Marbella. El procedimiento se extendió a la ciudad de Málaga y de esta a la de
Granada, siendo finalmente condenado a finales de este año a galera perpetua. Al
año siguiente también fue entregado a galeras el dos de abril, Fernán
Gutiérrez, mulato, vecino de Cártama, por haber matado a su amo Diego Méndez.
Aun en 1579 la minoría musulmana continúa siendo un sector marginado y
perseguido. El 10 de julio de este año se envían mandamientos a las villas de
Mijas, Alhaurin el Grande y Cártama, para que sus respectivos Concejos enviasen
gente a la sierra en busca de dos moros monfíes que andaban por ellas
salteando.
En numerosas ocasiones las partidas de bandoleros contaban con el amparo
y protección de los gobernantes, que las usaban como instrumento de sus
conjuras políticas. Los cargos públicos eran oficios de máximo riesgo, que a
muchos costó la vida. Y aunque Cártama es muy escasa en los documentos sobre
estos años, podemos interpretar que la situación debió ser similar a la de
localidades cercanas.
Es de conocimiento público que los regidores andan en connivencia con
maleantes habituales. Las Actas Capitulares de Coín reflejan en 1650 como los
alcaldes salientes impidieron “con fuerza y violencia”, la entrada de los
perpetuos; y en otra de estas actas se acusa a ciertos regidores perpetuos de
connivencia con maleantes habituales.
En 1650 la Real Chancillería de Granada envía a Juan de Villalba, como
Juez particular, para la averiguación y castigo de los culpables de las muertes
y delitos ocurridos en las villas de Coín, Álora, Alhaurin y Cártama, desde
diez años atrás. A pesar de los informes emitidos y medidas tomadas, no pudo
este señor con las regidurías perpetuas, causantes de todos estos problemas;
tan sólo pudo retirarles sus títulos como medida preventiva e inhabilitarlos
para ejercer funciones políticas. Pero a pesar de ello siguieron conservando
algunos privilegios en tanto no llegase la confirmación de lo que se les había
de indemnizar.
El bandidaje llegó a tal magnitud que las partidas se enfrentaban entre
ellas, y la complicidad con los gobernantes se reproducía en falta de
autoridad. Aunque no siempre la impunidad de los delincuentes era culpa de la
corrupción; lo más frecuente era el temor a las represalias, ya que en todos los
estamentos tenían los delincuentes algún contacto, situación que hacía que el
número de ajusticiados fuese mínimo y el temor a las represalias fuese mucho. En
1658 se condenó a dos personas por la muerte del alcalde ordinario de Guaro,
ocurrida a causa de estas represalias. Otros muchos enfrentamientos y muertes
hubo, pero resultaría muy tedioso relatarlos aquí.
A finales del siglo XVIII operaba en nuestra comarca y en las cercanas
una partida dedicada al robo y contrabando, que al ser perseguida había dado
muerte a dos soldados del regimiento de Voluntarios Aragón. Una vez capturados,
sus miembros fueron vistos en distintas causas según las acusaciones que sobre
ellos pesaban, de los cuales: Francisco del Pozo, Francisco de Paula Sánchez,
alias el buitre, Cristóbal Salinas y Manuel Bueno, fueron condenados morir en
la horca, arrastrados y cortadas sus cabezas para colocarlas en los pueblos de
Alameda, Cártama, Álora y Coín, donde habían cometido sus mayores delitos.
Antonio Fajardo, Antonio del Pozo y Pedro Galván, alias rana, fueron condenados
a pasar por debajo de la horca, asistir al suplicio de sus compañeros, 200
azotes y 10 años de galeras como forzados. Y por último Tomás Gamero Villareal
fue condenado a 10 años de arsenales.
Entre estos proscritos de la justicia dedicados a la delincuencia,
quizás el más significativo de ellos en Cártama sea el caso de Calisto
Ganancias.
Calisto nació en Cártama hacia el año de 1800 en el seno de una familia
pudiente de escribanos, pero de mucho carácter, que precisamente se instaló
aquí a mediados del siglo XVIII, arrebatando el cargo de escribano a la familia
Zamora que lo venia ostentando desde que se lo concediesen los RR.CC.
Sobre 1828 y sin que se conozca el motivo, Calisto causó la muerte a su
vecino don Antonio Fernández, por lo que fue sentenciado el 10 de enero de 1929
a diez años de presidio. Estando en Melilla cumpliendo su condena consiguió
escapar y pasarse con los moros durante algún tiempo, integrándose con estos
hasta el punto de hacerse musulmán; posteriormente pasó a Oran, y cuando esta
ciudad fue ocupada por las tropas francesas embarcó hacia Francia, desde donde
pasó a España llegando de nuevo a Cártama. A partir de entonces se noto un
aumento en los delitos de robos, asaltos en caminos y forzar mujeres, en la
zona comprendida entre los pueblos de Pizarra, Carratraca, Guaro, Monda y otros
cercanos, y todas las noticias apuntaban de que se trataba de Ganancias con una
partida de hasta siete hombres como los autores de estos delitos, atreviéndose
incluso a imponer contribuciones en algunos cortijos. El Gobierno Militar de
Málaga dispuso que saliesen piquetes y tropas de infantería y caballería, sobre
todo para garantizar la seguridad de los visitantes de los baños de Carratraca,
que no conseguían capturarlos ya que en la huida solían defenderse con sus
armas.
Pero ocurrió que el 29 de julio de 1933, encontrándose en el camino de
Coín, justo frente a la Venta de Cártama, el comisionado don José Siman, el
cabo primero Diego Lozano y el soldado Juan Moya, del regimiento de caballería
Vitoria 4º ligeros; avistaron cuatro hombres a caballo que en cuanto se
acercaron a ellos se dieron a la fuga en dirección a un lugar que entonces
llamaban “cañada de la Cruz”, llegados al cual tuvo lugar un enfrentamiento
armado del que resultó herido el cabo, y calló muerto del caballo Calisto
Ganancias, siendo perseguidos el resto de la partida. Dos de ellos consiguieron
escapar, pero el tercero, llamado José Serrano de 21 años, fue apresado al día
siguiente en Cártama, de donde era natural, con una herida. Al prisionero se le
intervinieron dos escopetas, dos cananas y dos caballos; y quedó en el pueblo
bajo la custodia del alcalde, ante la imposibilidad de trasladarlo a la cárcel
de la ciudad, dada la gravedad de sus heridas. Y de esta forma quedó dispersada
la partida de Ganancias.
Además de ésta, otras partidas circulaban continuamente en busca del
mejor lugar para ejecutar sus actos, en previsión de lo cual y de los continuos
movimientos políticos compuestos de voluntarios armados que recorrían la
provincia, columnas móviles militares estaban en continuo movimiento esperando
la ocasión de enfrentarse a ellos y dispersarlos.
El 29 de septiembre de 1837 por la tarde, aparece por las tierras de
Cártama un grupo de forajidos a caballo, al mando del conocido como Miguel del
Borge, a cuyo encuentro salió el capitán don Manuel Zazo, con sus hombres,
encontrándose con ellos en la zona de Arroyo Hondo, cuesta del Palmar; sin
embargo, la llegada de la oscuridad de la noche se convirtió en ventaja para
los forajidos que consiguieron dispersar a los soldados. En cuanto esta noticia
llegó a Málaga se dispuso la salida de una columna de infantería en persecución
de esta partida, que se sabe contaba con protección y simpatía en algunos
pueblos y varios cortijos, hasta tal punto que este grupo se hacía llamar así
mismos “soldados del príncipe rebelde”, en alusión a ser seguidores carlistas;
otra forma de justificar sus actos.
A finales del siglo XIX la inseguridad personal es una de las cuestiones
de mayor importancia, ya que el bandolerismo ha tomado proporciones alarmantes,
y la sociedad exige que las autoridades tomen medidas.
En el año de 1874 transitaba por estos campos una partida de bandoleros
dedicados al secuestro. Esta partida estaba compuesta de entre 12 y 14 hombres
y su zona de actuación estaba entre los términos de Monda, Coín, Álora,
Carratraca y Pizarra. Casi todas las haciendas de campo habían sido visitadas
por estos, y sus propietarios se veían obligados tomar estrictas medidas de
precaución como no viajar solos y en horario nocturno.
De entre las actuaciones de estos hemos tenido noticias del secuestro
que ejecutaron por agosto de este año. Cuando se encontraba el hacendado señor
Benítez, vecino de Alhaurin de la Torre, presenciando la carga de varias
carretas del fruto de la patata recogido en sus tierras del cortijo de Santa
Águeda, término de Málaga, cercano a la vía férrea junto al apeadero de Los
Remedios en Cártama, llegaron seis hombres a caballo que a cara descubierta
montaron sus armas y ataron a los carreteros y montaron al señor Benítez en un
caballo. Con total naturalidad, secuestradores y secuestrado emprendieron la
marcha dirección Cártama, siendo saludado el señor Benítez por algunos
conocidos, que le creyeron en compañía de amigos.
Un mes después de ocurrido este secuestro, de entre las numerosas
salidas que las fuerzas de la guardia civil hacía por los campos en persecución
de estos bandidos, en la noche del 23 de septiembre la patrulla al mando del
capitán don Rafael Serrano López tuvo un encuentro con esta partida en el
estacar de Gálvez, actual zona de Tres Leguas, entre la vía férrea y el rio;
del cual resultó muerto Miguel Gómez Pérez, alias cerrillo, que se resistió al
ser capturado y se le dio sepultura en Cártama.
Otras partidas surgían de forma espontanea atraídas por el dinero fácil,
como la que compuesta de cinco hombres armados con escopetas, en la noche del
16 de abril de 1875, llegan al cortijo de El Villazo, situado en término de
Cártama, lindante con el de Almogía. Tras agredir al propietario, su señora y
tres sirvientes, los delincuentes registraron la casa, llevándose quince duros,
un retaco ó escopeta corta, y un revolver; pero no contentos con esto
amenazaron de muerte al dueño, si para el siguiente día 20 no les tenía
preparados seis mil reales. El 18 informa el propietario del cortijo a la
guardia civil de lo ocurrido, con lo que se emprende una investigación por toda
la zona, sin que se encuentren testigos que hayan visto a estos individuos,
posiblemente por el temor que estos individuos despertaban por todas las casas
de campo; pero aun así se decide instalar un reten de guardias en el propio
cortijo.
En agosto de 1890 un grupo de presos que transitaba hacia Málaga, fue
ingresado temporalmente en la cárcel de Cártama; entre estos se encontraba José
Álvarez Lorda, vecino de Montejaque, el cual supo ganarse la confianza del
alcalde que por encontrarse sobre la cárcel la casa Ayuntamiento transitaba
casi a diario por el edificio. El preso hizo creer al edil que era trasladado a
la ciudad sólo a prestar una declaración en un asunto en el que se había visto
involucrado y que si le salía bien prometía volver para decir una misa a la
Virgen de los Remedios. La confianza entre ellos llegó al punto de enviarse
cartas mutuamente, por las que el preso informaba que su asunto había salido
bien y sólo le habían impuesto unos días de cárcel que cumpliría en Ronda.
El 22 de noviembre de aquel año volvió la conducción de presos a pasar
por Cártama y en la misma volvía a encontrarse el José Álvarez, el cual fue
recibido por su amigo el Alcalde que tras comprobar las condiciones en que se
encontraban los presos decidió instalar a su amigo en una habitación de su
casa, permitiéndolo incluso que recibiese visitas de amigos. Tal fue la
confianza que el 23 por la tarde el propio Alcalde se ofreció para ir a buscar
café para sus invitados, quedando el preso sin vigilancia, lo que aprovecho
este y sus amigos para huir en dirección Alhaurin el Grande.
De inmediato se dio aviso y las parejas de la guardia civil e incluso el
Teniente de la línea salieron en persecución, sin que pudiese ser localizado el
fugitivo y sus acompañantes.
Otro de estos personajes que transitó en sus andanzas por tierras
cartameñas fue Tomás Aguilar; condenado a muerte por secuestros cometidos en el
término de Cártama.
Este sujeto se fugó de la cárcel de Málaga para unirse a otro bandido llamado
Marín Criado, acusado del asesinato del apoderado de la casa Larios. Después de
una larga persecución a campo través, la guardia civil acompañada de un guarda
jurado sorprende al bandido el 17 de enero de 1907 en sierra Chinchilla,
término de Almogía. Durante el enfrentamiento a tiros de escopeta resulto
herido el guarda jurado en las manos, brazos y pecho, además de un guardia; y duró
hasta que el forajido resultó alcanzado de un disparo en la sien derecha. El
cadáver fue trasladado a Álora y expuesto al público antes que se le diese
sepultura.
En 1905 merodeaba por los campos de Cártama otra partida compuesta por
tres hombres armados dedicada al secuestro, de la que tenemos noticias que
secuestró al muchacho José Jiménez, cuando regresaba de visitar el cortijo de
su padre y por el que pidieron un rescate de 7.000 duros. A los dos días el
muchacho logró escapar de la cueva en que se encontraba cautivo, pero aun así
la guardia civil de Cártama y Almogía continuo con sus indagaciones para
localizar a los raptores. Tuvieron noticias de que algunos de estos eran
vecinos de un caserío situado en arroyo Ancón, al que se dirigió una patrulla
de Almogía, logrando detener a Francisco Padilla Bravo, alias “semilla”, de 35
años; el cual, después de ser interrogado desvelo los detalles del secuestro.
Dentro de los actos delictivos, aunque no puede enmarcarse como
bandidaje, se encuentra el caso del vecino de Cártama Juan Macías Ruiz,
“papeles”, de profesión cabrero, que en el año 1904
estranguló a un hijo suyo de dos años, por celos de su mujer. Puesto en un
hospital en observación por si padeciese enajenación mental, a los catorce
meses logró fugarse y se presentó en el despacho de don José Estrada Estrada,
el cual lo devolvió a prisión y se encargó de la defensa de su caso.
El más conocido de los actos de bandidaje cometidos en Cártama, quizás
por ser también el más reciente en el tiempo, es el perpetrado en 1972 por
Eleuterio Sánchez “El Lute”.
Condenado el 28 de mayo de 1965 a la pena máxima por el atraco a una
joyería en Madrid, en el que muere una niña, le fue conmutada esta por la de 30
años de reclusión. El primero de enero de 1967 logra escapar de la cárcel en
una fuga que él mismo organizó y casualmente fue el único que logra alcanzar la
libertad. Busca refugio en Málaga hasta que el 14 de junio de 1972, en compañía
de sus hermanos Manuel “El Lolo”, y Raimundo “El Toto”, intentan atracar la
oficina de Caja Rural de Málaga en Estación de Cártama.
Mientras sus hermanos le esperaban en un vehículo unas calles más abajo;
armado con una pistola se adentra él solo en la sucursal. Al darse cuenta de la
situación un empleado avisa discretamente a la guardia civil, y les pone sobre
aviso de que un hombre armado intenta atracarles. Rápidamente una pareja es
enviada al lugar, pero en ese intervalo de tiempo un cliente entra en el local.
Al llegar los guardias se encuentran con dos personas en el interior, sin saber
cuál de los dos es el atracador ó si pudieran serlo los dos. Estos segundos de
confusión y la estrechez del lugar que dificulta la maniobrabilidad de las
armas, son suficientes para que El Lute salga del local dando un empujón a los
guardias y emprendiendo la huida por calle Málaga en dirección a las vías del
tren. Los guardias se apresuran a salir y disparar sus armas consiguiendo herir
al fugitivo. Pero logra reunirse con sus hermanos que le esperaban logrando
escapar y se les vuelve a perder la pista.
El Lute detenido. |
Muy bien, Fernando. Ha sido un placer leer este magnifico trabajo tuyo, felicidades.
ResponderEliminarBuen trabajo, Fernando. Felicidades
ResponderEliminarThanks for sharing, nice post! Post really provice useful information!
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