Puede que la pandemia que nos ha tocado vivir los últimos meses nos parezca algo excepcional, y es normal que cada cual tema por su salud y la de los suyos; pero si miramos al pasado de nuestra tierra, desde hace al menos setenta años esta es la epidemia de más consideración que ha habido en Málaga. Cuando no siempre ha sido así.
La sociedad siempre a temido la llegada de alguna de estas plagas, que siempre han estado relacionadas con las aglomeraciones urbanas y la falta de salubridad. La historia de la humanidad está llena de estas pandemias, pero nos centraremos en nuestra tierra que es de lo trata este trabajo.
El Hospital.
La prueba de que la sociedad siempre a temidos las epidemias está en el
vocablo “Hospital”, tan cercano y conocido por todos, pero su origen
etimológico apenas corresponde del concepto que hoy tenemos.
Del latín “hospes”, que significa “huésped” o “visita”, con el paso del
tiempo derivaría en “hospital”, con el significado de lugar de hospedaje para
ancianos y enfermos.
Ya durante la conquista por los Reyes Católicos de estas tierras a los
musulmanes, para que las poblaciones repartidas a los cristianos fuesen
autosuficientes, había previstas toda una serie de medidas a tomar, entre las
que se incluía la creación de un hospital. Ello obedecía a la dificultad para
trasladar los enfermos de una población a otra, dados los medios de la época;
pero sobre todo a que, en caso de las tan comunes epidemias, el recluir a los
afectados dentro del hospital de cada localidad suponía una importante medida
para evitar la propagación de las enfermedades.
Documentalmente nos consta que estos hospitales servían de alojamiento a
pobres transeúntes, enfermos y niños expósitos, en tanto eran trasladados a
Málaga.
El sostenimiento del mismo solía ser de dos formas principales. La
primera con parte de los impuestos llamados “tercias reales”, que a su vez eran
segregados de los diezmos. La segunda con las limosnas, que solían ser
generosas y cuantiosas por los siglos XVI y XVII, ya que era esta una de las
formas que tenían los nobles de hacer ver la clase social a la que pertenecían
y la dedicación a los más desfavorecidos les hacía ganar respeto ante la
sociedad.
Su máximo responsable era el Administrador Eclesiástico, elegido por la Diócesis; y tenía un encargado de mantener el edificio, llamado “hospitalero”.
Al llegar el año 1500 todos nuestros pueblos tenían hospital, menos Casapalma y Valle de Abdalajís, que, al ser señoríos, es decir, propiedad de un noble, no se repartieron como pueblos. Durante este siglo las epidemias que afectaron a nuestro valle del Guadalhorce entraron desde Málaga y por su puerto; aunque una vez detectada y puestas en marcha las medidas restrictivas, los causantes de la propagación eran los propios malagueños, unos por el inevitable impulso de buscar sustento para ellos y sus familias, y otros por la codicia de buscar su beneficio en el perjuicio ajeno; a lo que había que añadir la precariedad de la ciencia médica en aquellos siglos.
Durante la Edad Moderna, siglos XVI y XVII, se concentra el mayor índice
de mortandad entre los neonatos. Un cuarto de los recién nacidos no llega a
cumplir un año, y de los supervivientes que alcanzan la edad adulta, lo hacían
con mucha debilidad, esto es, con el sistema inmunológico muy debilitado, lo
que los convertía en victimas fáciles en épocas de malas cosechas y hambre, de
manera que las epidemias ejercían como acelerante en el proceso de selección
natural, eliminando a los más vulnerables por sus bajas defensas.
No ocurrió lo mismo en los pueblos; lejos del hacinamiento y condiciones
insalubres de la ciudad, el campo ofrecía siempre alguna forma de sustento, más
aún a mentes pinchadas por el hambre.
Las llamadas epidemias y hambrunas eran fruto de un cumulo de
circunstancias propiciadoras, tales como una precaria situación de la
agricultura y la dependencia total de la meteorología, que hacían que épocas de
extremas sequias o demasiadas heladas, que daban como resultado pobres
cosechas, suponían una condena a pasar hambre a la población.
La pérdida de cosechas no siempre era debida a las sequías. El exceso de
lluvias a destiempo y las heladas también provocaban las llamadas “cosechas
estériles”, y como consecuencia de ellas el hambre y la desnutrición; campo de
cultivo ideal para enfermedades que degeneraban en epidemias.
Ni que decir tiene que el sistema sanitario era muy precario o incluso
inexistente, ya que los tratamientos no pasaban de infusiones de hierbas o
sangrías. Para purificar el ambiente se quemaba romero y enebro por las calles,
de donde nacería nuestra actual tradición de arrojar romero al paso de las
imágenes.
De forma breve y resumida expondremos las epidemias que más afectaron a
Málaga y su provincia, de forma cronológica, según la información extraída de
distintas fuentes y archivos, teniendo en cuenta siempre aquellas que de alguna
forma afectaron a las poblaciones del Guadalhorce.
1507, abril. Hambre y peste.
1522. Epidemia de “moquillo”,
así llamada porque obliga al afectado a estornudar continuamente, con una
mucosidad resultante tan mala, que destruye los órganos internos.
1558, verano. Peste.
1579. Hambre y peste.
1580. Epidemia por toda Europa de “moquillo” y “catarro”. En las galeras
que llegan a Sevilla tras haber participado en la guerra con Portugal, los
marineros vienen infectados de peste, que rápidamente se extiende por Andalucía
y en Málaga causa 80 muertos diarios. La enfermedad llega a tierras malagueñas
al comprar telas y ropas procedentes de zonas infectadas.
1582. Epidemia en
Málaga de “peste levantina” o “carbunclo”.
-Carbunclos. Dolor abdominal, diarrea con sangre, fiebre, ulceras
bucales y vómitos.
1590. en julio de este año, desde la Real Chancillería de Granada, se
permite a Coín cortar las comunicaciones con Málaga y los pueblos “apestados”.
1599. La
llamada “peste atlántica”, achacada al comercio con países afectados, entró en
España por el Cantábrico y llegó a nuestra provincia en este año. Desde un
principio acentuó sus efectos en la capital y en la comarca rondeña, lo que
convierte al valle del Guadalhorce en presa segura de sus efectos que duraron
hasta 1602. Procedía de las
guerras con los Países Bajos, se propagó por Málaga por la compra de prendas
que venían contagiadas de Flandes. Causó tantos muertos que desaparecieron
familias enteras y hubo que traer nuevos repobladores.
1606. Hambre, quizás la peor epidemia que se pueda tener. Provocada por
una combinación de las malas cosechas de años anteriores con una pésima gestión
de los recursos existentes. El resultado fue gente deambulando por las calles
hasta morir de inanición.
1637. Peste bubónica. A comienzos de abril llega al puerto de Málaga una
embarcación que se dirige a Liorna, ciudad portuaria de la costa italiana; en
la que un malagueño pudo de alguna forma pasar la noche. Al día siguiente, una
vez en tierra, comenzó a sentirse mal hasta que en pocas horas había fallecido.
Revisado el caso por un eminente médico, puso en aviso a las autoridades del
peligro, pero fue ignorado. Al poco tiempo se había extendido por toda la
ciudad provocando síntomas de fuertes fiebres, erisipela, pústulas y bubones,
de cuyo resultado en pocas horas arrebataba la vida.
- Erisipela. Enfermedad infecciosa
aguda de la piel.
- Pústulas. Pequeña cavidad
superficial en la piel llena de pus.
- Bubones. Inflamación de un nódulo linfático. Se produce en
infecciones como la peste bubónica, la gonorrea, la tuberculosis, el chancro o
la sífilis. Su aspecto es similar a una enorme ampolla, y suele aparecer en las
axilas, las ingles o el cuello.
Aquella epidemia fue tan terrible que todas las casas de la céntrica
calle de la Victoria fueron habilitadas como hospitales, en los cercanos
edificios de calle Agua se encerraron a los médicos y sus sirvientes y en las
playas de San Andrés se hacían hogueras para quemar las ropas de los
infectados.
Tan devastadora fue que para intentar ponerle freno el rey Felipe IV
envió a Málaga 30.000 ducados y a su médico. Se enviaban a la ciudad dineros y
víveres, pero a pesar de ello afectó a todos los pueblos de la provincia. Cuando
se dio por terminada el 1º de septiembre de aquel año, se contabilizaron más de
20.000 víctimas.
Pero acogió Málaga con tantas ganas el fin de la epidemia que de pronto
se olvidaron todas las medidas de precaución en la salubridad, con lo cual al
año siguiente hubo un rebrote tremendamente violento.
1649. Rebrote de peste bubónica. Aún más virulenta que la anterior, a
pesar de las severas normas restrictivas, de que se barren y riegan
continuamente las calles y de que se queman las ropas de los afectados en el
campo.
Durante las ya habituales procesiones de rogativa, los mayordomos de la
Virgen de la esperanza sacan a hombros un Cristo; momento a partir del cual los
enfermos empiezan a curarse Desde entonces pasa a ser conocido como Cristo de
la Salud. A pesar de ello se salda con 40.000 fallecidos.
1674. Enfermedad de catarro con muchas víctimas.
1678. Peste. Se supo en Málaga que en la vecina Orán se había propagado
la peste, por lo que se tomaron medidas restrictivas contra embarcaciones,
personas y mercancías de aquella procedencia.
A pesar de ello, el 27 de mayo entra un buque ocultando que es de aquel
puerto. En este caso fueron las discrepancias entre quienes tenían que declarar
la epidemia lo que favoreció la propagación. En cuanto fue declarada, junto con
las medidas que ello conlleva, comenzaron a notarse los efectos.
En esta ocasión los síntomas consistían en fiebres altas con sequedad en
la garganta, “bubones y carbunclos”, que afectaron a todas las franjas de
edades, pero especialmente a las mujeres. Los afectados fallecían entre el quinto
y el séptimo día, pasada esta franja de tiempo se podía considerar superada la
enfermedad.
Esta se extendió por la provincia llegando hasta Ronda, Antequera y Vélez Málaga, con lo cual nuestro valle del Guadalhorce también se vio afectado.
Durante el siglo XVIII se suceden las epidemias en las más variadas
circunstancias, pero sería largo y tedioso relatarlas todas.
Las medidas sanitarias eran algo que las autoridades se tomaban muy en
serio. La cercanía en el tiempo entre una epidemia y otra proporcionó mucha
experiencia porque rara era la casa en la que no había habido alguna victima;
por lo que se sabía que bajar la guardia podía salir muy caro.
Para el vecindario la máxima responsabilidad pasaba por evitar todo
aquello que pudiese servir para propagar la enfermedad. Las autoridades debían mantener
una fluida comunicación para coordinar las medidas que frenasen la propagación.
La más importante de ellas era establecer un cordón sanitario que
restringiese el movimiento de personas y mercancías, que al menos durante el
siglo XVII sabemos que quedó establecido cerrando nuestro valle; saliendo de la
costa, entre Torremolinos y Benalmádena subiendo para cruzar la sierra de
Mijas, pasar por El Romeral, Cortijo de Las Monjas, Venta el Pilarejo, Venta de
Cantairrayan, ya en tierras de Almogía, y Venta de Cisneros, en Olías. Este
cordón era vigilado por escopeteros a caballo que preferían dispara de lejos a
los infractores antes que acercarse y tener un posible contacto que infectase a
ellos o les hiciese trasladar la enfermedad a sus familias.
En los límites del mismo se habilitaron dos alhóndigas para recibir víveres
y comunicaciones. La primera en la venta de Cantayrrayan de Almogía.
La segunda en la Venta del Pilarejo, en tierras de Cártama, por ser
terreno llano y fácil de transitar para las carretas cargadas víveres.
En estas alhóndigas se instalaban lebrillo o piletas, que se llenaban con vinagre, por las que se debía pasar el dinero fruto de las transacciones comerciales que allí se hacían, bajo la vigilancia, a prudente distancia, de una persona nombrada por el Consejo de la ciudad, exclusivamente para ello.
De crucial importancia fue el papel del estamento religioso en estos
difíciles momentos, en la apertura de hospitales y asistencia a enfermos,
labores en las que muchos clérigos fallecieron. Actos que la sociedad del
momento supo valorar, sobre todo teniendo en cuenta el fuerte pilar que la
religión suponía.
Vestigios de la confianza en la protección divina los tenemos en las
ermitas de San Sebastián, que raro es el pueblo que no tuviese una bajo esta
advocación, dado que se le consideraba “abogado o protector de la peste”. En
nuestros pueblos sabemos que existe en Alhaurín el Grande, Alhaurín de la Torre;
en Álora conocemos el que fue Hospital de San Sebastián, hoy Museo Rafael
Lería; en Coín consta que existió un proyecto para construir un Hospital de San
Sebastián, pero no llegó a hacerse según nos dice don José Manuel García Agüera;
en Cártama también existió otra ermita de San Sebastián, muy cerca de donde hoy
está la columna romana de entrada al pueblo, a las puertas del primitivo cementerio.
La patrona de Cártama, Nuestra Señora de los remedios, también fundamenta su nombre y razón de ser en una de estas epidemias, como “remediadora” de una epidemia que asolaba estas tierras en 1579 y el 23 de abril de aquel año se dio por terminada, sin que hubiese víctimas en el pueblo.
Cuenta la trasmisión oral que viendo los cartameños las muchas víctimas
que estaba causando en las poblaciones de los alrededores, decidieron prosecionar
en acción rogativa a la pequeña imagen. Aquel mismo día comenzó a cesar la
enfermedad, hasta darse por acabada. Interpretado esto como una intervención
divina, decidieron aclamarla como “liberadora de la peste y remediadora de
todos los males”; formulando un voto para el siguiente año de 1593, de celebrar
función de acción de gracias cada 23 de abril “por siempre jamás”.
Y así ha permanecido desde entonces y se constata en el grabado más antiguo que existe, que se encuentra en el Archivo Díaz Escovar, fechado en 1773.
No sería la única. A las afueras de Cártama, en la confluencia de los
caminos de Málaga, Coín y Alhaurín el Grande; hasta finales del siglo XIX
existió la Ermita de Santa Ana.
Esta tiene su origen en otra epidemia que sufrió nuestra provincia
durante el año 1637, una de las muchas que por entonces se daban. El 26 de
julio de aquel año se dio oficialmente por extinguida la epidemia, lo que
suponía la eliminación de muchas medidas restrictivas que por precaución
tomaban las autoridades. Nuevamente Cártama la superó sin víctimas, lo que se interpretó como protección
divina y se levantó la ermita en agradecimiento y para protección de la santa
que tocaba en el santoral.
Álora ya tenía una ermita de Santa Ana a las afueras de la villa, desde principios del siglo XVI, que se usaba como “lazareto” para evitar que los infectados entrasen en el pueblo, junto a la que se enterraban los que fallecían por estas causas. No nos consta que en la de Cártama se hiciese lo mismo
El siglo XVIII trascurrió en similares circunstancias, con numerosas epidemias, en las que no nos extenderemos por no hacer muy pesado este relato
Pero veremos más detenidamente el siglo XIX, porque es en el que más información podemos encontrar referente a nuestros pueblos.
Comienza en nuestra provincia con una
fiebre amarilla proveniente de Cádiz que se propagó, no por la falta de medidas
sanitarias, sino por la falta de ejecución de las mismas. No es de extrañar
porque prácticamente todo el mundo conocido estaba sometido a algún tipo de
peste o epidemia, desde las Américas a África.
A Málaga llegó esta en 1803, y en el
Archivo Municipal de Valle de Abdalajís consta que en 1804 se tapian las bocacalles
y se ponen garitas de vigilancias, con intención de impedir la entrada en el
pueblo de personas infestada. Seguro que en el resto de poblaciones se tomarían
medidas similares.
Tras la fiebre amarilla del primer tercio de siglo, aparece un primer
brote de cólera entre los años 1833 y 1834, que se llevó en la ciudad unos
1.500 muertos de una población de 59.300 habitantes, diez años después vuelve a
brotar esta enfermedad en nuestra provincia, que en esta ocasión tiene su
origen en el puerto de Vigo. En Málaga se prohíbe el 17 de agosto de 1854 la
entrada por el Puerto de personas procedentes del de Cádiz y se nombran 18
médicos para 9 centros asistenciales en otras tantas parroquias de la ciudad.
Los primeros casos se detectan en Cañete la Real con 9 muertos, tres adultos y
cinco párvulos, a los que siguen Alameda con dos y Teba con uno, siendo la más
afectada Cuevas Bajas con 23 muertos en 20 días. En total 344 fallecidos en
toda la provincia, que da por extinguida la epidemia el 12 de diciembre de
1853.
En 1852 se escribe el libro “Topografía Médica de la Ciudad de Málaga”;
un grueso volumen en el que dan infinidad de detalles de las enfermedades que
afectan a los malagueños y de los tratamientos seguidos, incluido un listado de
plantas medicinales de la época. Para concluir recomendando la “hidropatía”
como poderoso remedio contra una porción de enfermedades.
La “hidropatía” es el tratamiento que aprovecha las propiedades del
agua, bien sea en baños o bebiéndola, ya que por entonces se da mucha
importancia al contenido de hierro, llegando a ser famosas las aguas de
Alhaurín el Grande o la fuente de Márquez, en Cártama, consideradas como aguas
“ferruginosas”, donde se llenaban envases para trasladarlos a personas
enfermas. Poco podían imaginar que la ingesta excesiva de estas aguas, podían
llegar a ser dañinas.
El 15 de abril de 1855 hay un rebrote de “cólera morbo” que al acabar este
mes se había cobrado en la ciudad 213 víctimas. El día 2 de marzo sale en
procesión la Virgen de la Victoria en rogativa para que cesase la enfermedad, a
la que no faltó ni una de las autoridades. En total se estima que esta vez se
cobró 2.453 víctimas.
Los síntomas eran unas acusadas diarreas con náuseas y vómitos que
provocaban una rápida deshidratación por pérdida de líquidos, con lo cual,
algunos fallecimientos que recogen como causa una diarrea pudiera ser en
realidad un cólera diagnosticado incorrectamente. Enfermedad que se trasmite por
el consumo de agua o comida infestados con el bacilo y por lo tanto con la
falta de higiene.
En Álora se detecta el primer caso de esta segunda oleada de cólera morbo asiático, el 3 de junio de 1855. En Valle de Abdalajís consta el primer caso el 26 de junio; recurriendo muchas familias a trasladarse al campo para alejarse de los focos de infección. Aunque cuando se da por extinguida la epidemia se continua con las habituales de los tiempos, como: Tifus, Tabardillo y Tisis.
Al finalizar
el siglo la economía de nuestro valle se ve muy afectada por la difícil
situación que se vive en Málaga y todo el país. A las circunstancias políticas ya
descritas hay que unir otras, como el terremoto de 1884, la epidemia de
“gomosis” que afecta a los cítricos en 1886, las heladas de 1882 y 1883, la
epidemia de “harinilla” en la vid entre 1868 y 1873, la filoxera que se
introduce en el Guadalhorce por Almogía a partir de 1882, la crisis de la
agricultura y la decadencia de la industria malagueña;
todo lo cual tienen como consecuencia, importantes cambios económicos y
sociales.
En 1911 se denuncia la existencia de focos de “tifus” en el partido de
Las Yeseras. El Ayuntamiento envía una Comisión encargada de desinfectar las
ropas y las casas de las familias afectadas, incluso de los pozos donde se
proveen de agua estos vecinos, para evitar la propagación.
En 1916 la viruela se encuentra instalada en el valle del Guadalhorce y
desde los pueblos se toman medidas para hacerla desaparecer. Se desinfectan o
queman las ropas de los afectados, según la gravedad y se ordena a los
alguaciles municipales que vigilen que los afectados no laven sus ropas en los
lavaderos públicos.
Pero la más grave epidemia del siglo XX fue la “gripe española” de 1918.
Duró 2 años, en 3 oleadas de contaminación con 500 millones de personas
infectadas y un total de 50 millones de muertes en todo el mundo.
La mayoría de las muertes se produjeron durante la segunda ola de
contaminación. La población soportaba tan mal la cuarentena y las medidas de
distanciamiento social, que, cuando tuvo lugar el primer desconfinamiento,
comenzó a alegrarse el vecindario por las calles, abandonando todas las
precauciones. En las semanas siguientes llegó la segunda ola de contaminación,
con decenas de millones de muertes.
Como resultado de esta mal llamada “gripe española” en diciembre de 1922
se crean las “Brigadas Sanitarias de la provincia”, por una Real Orden de 1921;
con la misión de socorrer a los pueblos en casos de epidemias, con el personal
y material sanitario de que será dotada, habiéndose acordado nombrar al Alcalde
de Alora Don Salvador Morales, vocal de la Junta Provincial para la formación
de dicha Brigada, en representación del distrito.
Con esta epidemia nació un producto que muchos aun recordaran. Se trata del “Zotal”, usado para desinfectar y como fungicida; tristemente famoso porque con él se desparasitaba a los emigrantes europeos al llegar a puertos de América. Durante la segunda guerra mundial también fue usado este producto para desparasitar los reclusos a la llegada a los campos de concentración alemanes, en cantidades tan concentradas que llegaban a quemar la piel.
Hasta la década de los años 50 del siglo XX hubo en España brotes de
cólera, tifus y fiebres amarillas. Por suerte los avances en materia sanitaria
conseguirían aislarlos poco a poco hasta hacerlos desaparecer.
Sin embargo, para bajarnos del pedestal de superioridad y modernidad en
el que nos habíamos acomodado, ha llegado la epidemia del “coronavirus”, para
recordarnos que no somos más que una especie más en este planeta y si no nos
adaptamos será la naturaleza la que decida quien vive y quien muere.
Pero el ser humano posee un defecto genético que le impide estar
preparado para autogobernarse. Este “gen” que para entendernos llamaremos “ego”,
provoca que el hombre dé siempre más prioridad a sus propios intereses que a
los de la comunidad, buscando cualquier excusa que justifique sus argumentos
por encima de cualquier otro que no le beneficie.
Con este panorama nos encontramos a día
de hoy a la clase política que un día dice una cosa y al siguiente otra bien
diferente; las autoridades sanitarias difundiendo normativas de las que ni
ellos tienen seguridad y la clase empresarial reclamando poder trabajar de
cualquier forma y a cualquier precio, aunque sean vidas, ya que siguen pagando
impuestos como si de una situación normal se tratase. Y en vista de todo lo
anterior la ciudadanía se cree con impunidad para saltarse cualquier normativa,
ya que la descoordinación les provoca desconfianza de todo.
A nadie se le ocurre mirar como se ha tratado este problema a través de
la historia, porque ello supondría tomar medidas drásticas e impopulares y como
nadie quiere ensuciar su propia imagen todos prefieren esperar a que las
decisiones difíciles las tomen otros.