Topónimo puramente árabe, cuya raíz se
repite por toda la geografía española (Gibraltar, Gibralfaro, Gibralmora,
etc.), puede traducirse como “sierra alta” (Yabal al-alya). Aparece por primera
vez en el deslinde del condado de Casapalma, ocurrido en 1493:
“…por
do va una senda aguas vertientes al camino de Álora, que va de Álora, e aguas
vertientes Casapalma e cabo del dicho lomo de tierra entre unas palmas en
derecho del atalaya de la sierra de Gibralgalia de lo más alto e dexando la
dicha sierra de Gibralgalia a la mano izquierda volvió por un lomo abaxo de
unos buhedales sobre la mano derecha en derecho de la dicha atalaya y del dicho
mojón yendo por la loma adelante aguas vertientes al rio de Caçarabonela
faciendo dos boltezuelas en el dicho deslindamiento e loma sobre la mano
izquierda fasta dar en un cerrillo que se dice Fechahacen a do se hizo otro
mojón de tierra e una piedra en medio soterrada.” Un texto escrito el 17 de
diciembre de 1493 y que describe fielmente los cerros más altos de esta sierra.
A partir de esta fecha queda integrada
en el señorío de Casapalma, hasta que con la abolición de los señoríos pasa a
formar parte del término de Cártama en 1812, tras un pleito con el vecino
municipio de Coín. Entonces no se hace distinción ente los habitantes, pero es
evidente que ya está habitada la sierra de Gibralgalia porque el padrón de
aquel año ya recoge familias como los Carrasco, Navarro, o Vázquez que aún hoy
perduran.
Con la creación del municipio de
Pizarra en 1847, a partir de tierras tomadas de los de Alora y Cártama; la
sierra de Gibralgalia queda aislada y unida a su término tan sólo por la
carretera de acceso.
Su población se compuso de vecinos
llegados de todos los municipios cercanos. Estos primeros pobladores tuvieron
la libertad de poder cercar un pequeño trozo de tierra en el que construir sus
chozas aprovechando los recursos del entorno; el resultado eran unas viviendas
con paredes de piedra, habitaciones cortadas con cañas y barro y cubierta de
palmas. El perímetro circundante era reservado para el ganado de pastoreo,
gallinero y huerto, denominándose localmente “rancho” a todo el conjunto, de
donde nace la barriada de “los Ranchos”.
La población se crea y expande a partir de un camino de herradura, a los
lados del cual se van concentrando las chozas hasta llegar a convertirse en la
actualidad en la calle principal, actual calle “el paseo”. A partir de esta salen
otras laterales sin orden alguno, adaptándose a la orografía o los límites de
las propiedades.
Durante muchos años este fue el paisaje
normal en Gibralgalia, hasta que alguien se atrevió a colocar en la cubierta de
su casa la teja de barro cocido, algo que por primera vez se veía en la zona;
desde entonces esta barriada en expansión seria conocida como “barriada de casa
teja”.
La última de las barriadas en crearse
sería “la peluca”, que en la década de los años 90 aun carecía de luz eléctrica
en las casas.
La consolidación como aldea llega
cuando el Padre Tiburcio Arnaiz, durante un viaje a Yunquera, se fija que hay
numerosas casas diseminadas en un monte que divisa por el camino, pero no
distingue entre ellas ninguna iglesia. Preguntó entonces a su acompañante que
pueblo era aquel, el cual le informó que se llamaba Gibralgalia y que allí no
llegaba quien los confesase ni siquiera una vez al año, ni tenían cura ni
conocían a Dios; eran cristianos porque sí, porque bajaban los recién nacidos a
Pizarra para bautizarlos, dos horas de camino en bestia, lo mismo acorría
cuando se casaban, y allí también llevaban sus muertos para darles sepultura,
sería el año 1920.
Hasta entonces los oficios religiosos
se venían haciendo en una casa particular conocida como “casa del colorao”,
propiedad de Antonio Berlanga Pacheco, conocido como “Antonio Martín”.
En enero de 1921 fue llevado el Padre
Arnaiz a Pizarra por los Condes de Puerto Hermoso para preparar la
entronización del Sagrado Corazón en la sierra de Gibralmora. Aprovecha la
ocasión para organizar una visita a la sierra de Gibralgalia acompañado de los
Condes y el cura de Pizarra, ocupando el día entero en catequizar, predicar y
confesar, con tal aceptación que de vuelta a Málaga le pareció urgente poner en
marcha un plan de catequistas y maestras rurales voluntarias. Después de mucho
esfuerzo, al año siguiente, enero de 1922, se presentan en Gibralgalia tres
señoras pertenecientes a las llamadas “doctrinas rurales”, entre las que se
encontraba doña María Isabel González del Valle, y a las que el Padre les había
dado como primer objetivo y consigna, la de desterrar de aquel lugar la
blasfemia.
Nada más llegar a la sierra alquilaron
una de las pocas casas existentes, ya que la mayoría eran chozas, y en ella se
instalaron y destinaron parte de la misma para escuela, pero pronto se quedo
pequeña y hubieron de alquilar otra. Las clases se impartían de ocho a once de
la mañana para los niños, de tres a cinco de la tarde para las niñas y tras
ellas las mocitas, y de ocho a diez para los hombres. Los jueves se desplazaban
al cercano barrio de Las Casillas, daban catecismo para las casadas y visitaban
los enfermos; el domingo lo ocupaban en bajar a Pizarra a oír misa y comulgar,
cuatro horas de viaje en caballería.
El propio padre Arnaiz reconoce que lo
sacrificado de la caminata de los domingos llevó a estas señoras a solicitar
del señor Obispo la concesión para habilitar una capilla decente.
El templo fue construido con la ayuda
de todos los vecinos, incluso colaboro el señor conde de Pizarra. Una vez
acabada fue inaugurada la capilla en 1922, por la directora de todas las
misioneras, doña María Isabel González del Valle.
Durante los años 30 se le construiría
el Cementerio, lo que supuso el que quedara dotado de otro importante
equipamiento para el vecindario.
Celebra sus fiestas el 24 de junio, en
honor a su patrono, San Juan Bautista; y en las mismas se hace patente una de
las más antiguas aficiones locales, el día del Caballo. En la actualidad es una
población con entidad propia, con monumentos muy personales como su Iglesia,
sus fuentes, y sus casas históricas; incluso me consta que algún vecino está en
disposición para montar un museo dedicado a la historia local.